El espíritu navideño
La Navidad tiene un lado espiritual muy profundo, que contagia bondad, y alegría. Sin embargo hoy en día muchos confunden esta fecha con algo relacionado solo a los regalos, a lo material. Recuperar el espíritu navideño debería ser el deseo de esta navidad.
De la redacción de Tvsana
La Navidad tiene un lado espiritual muy profundo, que contagia bondad, y alegría. Sin embargo hoy en día muchos confunden esta fecha con algo relacionado solo a los regalos, a lo material. Recuperar el espíritu navideño debería ser el deseo de esta navidad.
Desde el fondo de los tiempos, la Navidad ha quedado íntimamente relacionada al intercambio de regalos. Se trata de un señor gordo, barbudo, vestido con un estrafalario traje colorado y blanco, que viaja en un mágico trineo tirado por renos y que reparte obsequios por todas partes. También es una reunión familiar donde abundan las comidas ricas en gusto y en calorías, propicias para atenuar las bajas temperaturas del invierno del norte, e inadecuadas para el agobiante clima del sur. Este es el costado frívolo de la Navidad. Pero la Navidad también tiene un espíritu, una esencia, que barre con lo material y se mete directamente en los corazones de las personas: iluminando, alegrando e inspirando buenos sentimientos. El problema es que esa iluminación, esa alegría, esa buena inspiración que nace, dura poco. Se apaga como la llama de un fósforo. Llega el 24, pasa la medianoche, transcurre el 25, y al amanecer el 26, ese espíritu pareciera desvanecerse como el mágico mundo que el hada le creó a Cenicienta en el cuento. De lo contrario, el mundo que habitamos sería diferente.
Más allá de la falta de convicción en la transmisión al prójimo de algunos deseos de “Felicidades”, la gran mayoría queda como encantado por ese espíritu navideño y de veras trata de ser mejor, de ser más bueno, de reconciliarse con Fulano, de llamar a Mengano, de tener un gesto o una atención con Sultano. En esta circunstancia uno es capaz de tocar el timbre del departamento de al lado y saludar al vecino con quien el trato cotidiano no pasa de un frío y protocolar: “Hola”. O ir hasta la casa de quien vive del otro lado de la medianera y chocar su copa con la nuestra en una sincera demostración de afecto, dejando en el olvido las noches de fiestas largas y música fuerte. Realmente uno se siente más bueno, más solidario, más comprensible, más tolerante. Esa es la verdadera magia de la Navidad. El efecto que provoca el hecho de celebrar un nuevo aniversario del nacimiento del hijo de Dios.
Y los responsables de que ese increíble efecto, esa especie de tregua en períodos de guerra, dure tan poco, somos los hombres; las personas de carne y hueso que transitamos por este mundo. Y es deber nuestro cambiar la tendencia y esforzarnos para que, poco a poco, ese espíritu navideño nos acompañe por más tiempo. Porque es el hombre el que tira egoísmo encima de la solidaridad, el que prioriza “yo” a “vos” o “nosotros” a “ustedes”, el que cubre la humildad con la vanidad, el que se entrega rápidamente a la soberbia y a la codicia.
No todo el mundo sigue este camino, por supuesto. Mucha gente vive la vida en concordancia con el espíritu navideño. Bienaventurados, ellos, entonces. Y a tomarlos como ejemplos. Que es posible extender la Navidad a todo el año.
¡Felices Fiestas! De corazón.
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