Dra. Beatriz Literat, MN50294, médica sexóloga de Halitus Instituto Médico

El 13 de abril se conmemora el día internacional del beso, con la idea de recordar a las personas el placer de un simple beso. Pero este año, esa celebración tiene un matiz distinto cuando tenemos sugerido no besar.
Hace algo más de 90 días el mundo se dio vuelta, y en consecuencia nuestras vidas, por una partícula microscópica muy peligrosa. De pronto nuestras certezas se volvieron incertidumbre y nuestro presunto saber hacer se evaporó. Nos hubiera parecido ridículo e increíble si nos hubieran anticipado que la globalización cultural consistiría en un conjunto de reglas de higiene doméstica que nos indican pasárnosla limpiando, frotando, descontaminando y permaneciendo en nuestras casas la mayor parte del tiempo. Las prioridades se modificaron: lo que ocupa el lugar más importante ahora es cómo hacer para permanecer sanos, para sobrevivir. Las personas buscan un momento fugaz de seguridad durante el día, en el trabajo online, en los chats con amigos, en los intercambios de consejos y videos, en las videoconferencias familiares, en las charlas de maestros espirituales, mientras invade la angustia por los médicos y enfermeras, por los trabajadores en las calles y por las personas que están en situación de mayor vulnerabilidad y carencia. Estamos viviendo una situación que nos produce estrés crónico -distrés- y nuestra adrenalina y cortisol inundan nuestro sistema biológico. Funcionamos en modo supervivencia, esto significa ser disciplinados/as. Son momentos de desechar los impulsos individualistas y actuar con la mirada puesta en las consecuencias.
Como médica sexóloga no puedo menos que recordar las funciones de la sexualidad: procreación y trascendencia; placer e inmunidad; autoestima y seguridad, y, por último, pero no menos importante, comunicación y perdurabilidad de la pareja. Todas ellas, funciones generadoras de oxitocina y endorfinas entre otras hormonas y neurotransmisores que son el antídoto de las hormonas del estrés. Pero resulta que la sexualidad hoy día también tiene sus reglas. Los infectólogos nos han dicho, entre otras indicaciones, que es más segura sin besos.
Sin embargo, la sexualidad puede llegar a ser un recurso importantísimo en estos momentos. Con ella convocamos a nuestro potencial de transmitir y recibir energía vital y ello nos mueve desde un lugar opresivo a un espacio de libertad y poder. Desde hace muchos años nos referimos a la sexualidad en su concepto más amplio, de actividad emocional, espiritual y física, cuyo órgano más importante es el cerebro; y en esta circunstancia limitante del despliegue físico, este concepto tiene más vigencia que nunca. No se trata en este momento de que lo que llamamos deseo o una legítima necesidad sexual, sea la impulsora de la acción. Se trata de estimular de manera voluntaria el cerebro, que es el órgano sexual principal, porque haciéndolo, activamos una fuente formidable de placer e inmunidad. Se trata de construir un lugar emocional que nos permita sentirnos seguros y habilitados.
Pero ¿cómo accedemos a ese capital de energía sin besos motivadores, sin el tipo de contacto físico que era nuestro recurso para entrar en clima? Nuestra corteza cerebral dispone de muchas vías neurológicas y es tiempo de explorar nuevas formas de lograrlo. En nuestra corteza cerebral se encuentra la representación neurológica de cada uno de nuestros órganos, por lo tanto, podemos generar todas las fases de la respuesta sexual con el pensamiento, y por supuesto, evocar y recrear besos y otros contactos. Pero antes que eso y primero de todo, tenemos que salir del modo supervivencia, que destina la energía a otras prioridade, y linkearnos al modo energía vital. Cuando linkeamos a nuestra energía amorosa, podemos ingresar a nuestro mundo sexual sin siquiera tocarnos, con nuestros pensamientos, con las palabras, con las miradas, con nuestros gestos, y con cada acción que compartimos con nuestra pareja, sea cocinar, limpiar, cuidar a los niños o escuchar música. Desplegar de manera voluntaria nuestro buen humor, aunque no tengamos ganas y desarrollar una actitud amorosa hacia nosotros mismos y hacia nuestra pareja, aunque sea un esfuerzo, es una de las claves. ¿Pero, estamos hablando de sexualidad? Claro, porque para que nuestro cerebro invoque al deseo necesitamos sentir primero que estamos acompañados, que somos escuchados y que podemos escuchar, que la comprensión y el cuidado mutuo van fluyendo, no porque nos resulte fácil, sino porque nos resulta dificilísimo y eso es mucho más valioso. Un filósofo definió la intimidad como “la celebración de nuestras vulnerabilidades”, cuando sentimos que el otro nos aprecia con nuestras debilidades; cuando podemos confiar en el respeto que el otro nos tiene.
Tomemos entonces una decisión saludable: destinemos cada día 15 o 20 minutos para conectarnos a la propia vitalidad. Las parejas pueden conectarse entre sí en todos los momentos de la rutina cotidiana, -incluso con los niños dando vueltas- y también a través de la tecnología, por ejemplo, por medio de un chat mientras circulan por la casa y se ayudan en las tareas con ánimo agradable y calmado. Decirle a un niño/niña “estoy hablando con papá/mamá sobre algo importante”, es un mensaje para ellos, acerca del buen vínculo entre sus padres/madres y eso les brindará mucha seguridad y calma, tan necesaria ahora.
Y si se logra construir momentos de calma y confianza dentro de cada uno y entre las parejas, podemos estar seguros de que la intimidad se expresará en todo su esplendor y nunca habrá sido tan apreciada, aún sin besos.

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