La sonrisa de un nieto no tiene precio
Los nietos disfrutan a pleno el tiempo con sus abuelos, y son capaces de desvalijarlos con una sonrisa o con cualquier gracia que les hagan. No hay penitencia ni castigo que resista el cariño que les brindan.
De la redacción de tvsana
Los nietos disfrutan a pleno el tiempo con sus abuelos, y son capaces de desvalijarlos con una sonrisa o con cualquier gracia que les hagan. No hay penitencia ni castigo que resista el cariño que les brindan.
Más allá del afecto y el cariño que los nietos sienten por sus abuelos, estos representan para aquellos, sobre todo cuando son chicos, una nueva vía, a través de la cual canalizar -y obtener- sus pedidos, muchas veces rotulados como caprichos por parte de los padres: el álbum de la Champions, las figuritas de Gaturro, los nuevos stickers de Kitty. Vedado el camino natural (los padres), de acceder a premios o recompensas, ellos, los “locos bajitos”, como los identifica una canción del cantautor catalán, Joan Manuel Serrat, acuden al auxilio de los abuelos. Quienes jamás se niegan a complacerlos. Y así como pueden llenarlos de coloridos dibujos -adorables mamarrachos que guardan un tiempo pese a la tentación de hacerlos un bollo y mandarlos al papelero-, tienen también la aguda capacidad de desvalijarlos, si esa fuese la intención, con una sonrisa o una simple mueca. El razonamiento sería: una sonrisa, una gracia, y acceso directo al pedido de figuritas o chocolates que los padres les hubiesen denegado automáticamente. Por otra parte, los abuelos no tienen por qué estar al tanto de la prohibición de Mamá y Papá. Y en todo caso, si Mamá y Papá los advierten antes de llevarlos a pasear con ellos (“No les compren tal cosa porque están en penitencia”), la recomendación habrá sido en vano. Una sonrisa de un nieto es más fuerte que el reto de un hijo. Ellos ya lo entenderán cuando les toque el turno de la “abuelidad”.
El posible reproche de los hijos, por las licencias de los abuelos con los nietos, no es todo el problema. Además, hay que actualizarse a los gustos de los nietos. Estar al tanto de los personajes de moda, de sus programas de tele favoritos, de las películas en cartel, de los muñecos que entregan las cajitas de hamburguesas. Para entender de qué les hablan y no flotar en el aire ante algún comentario de los nietos. Y salir airoso por si ellas preguntan por Gru, por la doctora Juguete, por Pitufina, Rapunzel; o ellos por el doctor Nefario, Phineas and Pherb, o por el último gol de Van Persie o Ibrahimovic.
A los nietos les encanta que sus abuelos les cuenten cuentos. Y si son inventados, con algunos de estos personajes, mejor todavía. También disfrutan viendo sus programas favoritos en su compañía y explicarles que es lo que va a ir pasando, a medida que transcurre el capítulo conocido de memoria, a base de repeticiones en la pantalla. Este tipo de cosas no tiene precio para los abuelos. Así es que sacrifican la siesta, postergan la hora de acostarse o pasan de largo la película marcada para esa noche, con tal de darles el gusto a los chicos.
Así es esta relación. De complicidad mutua. Que los padres, en el momento no aprueban, pero que cuando les llegue la hora de ser abuelos, comprenderán. Y se acordarán, con una sonrisa, de aquellas historias vividas. Y dirán internamente: “Y pensar que yo me enojaba”
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